Libro de Horas del conde de Wharncliffe
En el año 1920 salió a la luz un bello libro de horas perteneciente (según consta en el propio manuscrito) a Edward Montague Stuart Granville, conde de Wharncliffe. Se trata de una obra atribuida al célebre iluminador Maestro François, mientras que la caligrafía corrió a cargo de Jean Dubrueil. Data de 1476-1480. Tiene un formato de 18 x 13 cm y consta de 116 folios, 4 de ellos en blanco. El texto está en latín, con leyendas en francés. En la actualidad se conserva en la National Gallery de Victoria (Australia), con la signatura MS Felton 1 (1072/3).
Consta de 12 miniaturas a toda página, y diversas escenas y viñetas iluminadas, así como capituales decoradas y ornamentación floral. Los bordes, además, muestran pequeñas escenas bíblicas, de caza y de temática diversa.
La estructura es la siguiente: 6 folios de calendario para la diócesis de Angers; 4 con lecciones del Evangelio y la imagen de los cuatro evangelistas (Juan figura de acuerdo con la leyenda de la copa envenenada); el Obsecro Te, iluminada con la imagen de la Virgen y el Niño; las Horas de la Virgen (folios 15-59v), con escenas de la Anunciación, la Visitación, la Natividad, la Adoración de los Magos, la Presentación en el Templo, la Huida a Egipto y la Muerte de María; Salmos penitenciales (ff. 61-72), con una miniatura sobre David y Abigail; las Horas de la Cruz (ff. 73-75), con una miniatura sobre la Crucifixión; el Oficio del Espíritu Santo (75v-77), ilustrado con la escena de Pentecostés; el Oficio de Difuntos (ff. 78-106v), con una miniatura con la escena de los tres vivos y los tres muertos; diversas plegarias (ff. 107-114), incluidos los ocho versículos de San Bernardo y las Siete últimas palabras de Cristo en la Cruz; la Memoria de los Santos (ff. 114-116): San Cristóbal y San Sebastián.
El estilo del pintor es ya renacentista, con su interés por la perspectiva y la reproducción de los paisajes. La representación de la figura humana, sin dejar de ser naturalista, manifiesta una evidente tendencia a la espiritualización, con unos ropajes pálidos que transmiten la sensación de evanescencia y ligerera. El tono general es de exquisitez, incluso de primor. En la composición del folio, la miniatura desempeña un lugar central, aunque discreto; en ningún caso llega a ocupar la totalidad del mismo.