El Libro de Horas para Jeanne d'Evreux, reina de Francia, es uno de los ejemplos más tempranos del género, el cual se desgajó del salterio a finales del siglo XIII (con un género mixto de transición, llamado Salterio de las Horas). Compuesto para uso dominico en Francia, hacia el año 1325, se ha atribuido a uno de los pocos maestros iluminadores de la época cuya identidad ha sido confirmada: Jean Pucelle. Consta de 209 folios y 25 miniaturas a toda página. Su diminuto formato, de 9 x 6 cm, no le impidió ilustrarlo con miniaturas de gran calidad y originalidad, en grisalla, además de viñetas, drolerías e iniciales. En la actualidad se encuentra depositado en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Las miniaturas del manuscrito se organizan en dos grandes ciclos: al principio de cada Hora del Oficio de la Virgen, se incluyen en folios contrapuestos escenas de la Pasión de Cristo con otras de la propia vida de María. En la ilustración que se reproduce arriba, por ejemplo, vemos la Crucifixión y la Adoración de los Magos articuladas a mano de díptico, lo cual redunda en un contraste muy llamativo a nivel teológico. Mientras que la miniatura a toda página de la izquierda carece de ornamentación adicional, en los márgenes lateral e inferior de la de la derecha se incluyen decoraciones sumamente atractivas, concebidas como una unidad gráfica que imprime personalidad al conjunto.
Esta misma naturaleza dual volvemos a encontrarla en estas dos miniaturas contrapuestas del Entierro de Cristo y de la Huida a Egipto, cuya carga emotiva se ve notablemente potenciada por el gesto de cariño de María hacia su hijo en ambas escenas. Se trata de una organización de la sucesión gráfica que supera con mucho la que se suele encontrar en los manuscritos iluminados, incluso de épocas muy posteriores, y remite más bien a la pintura de altar.
Sin abandonar el estilo gótico internacional, Pucelle acusa la influencia de la pintura franco-flamenca. Su trazado es definido, preciso y enérgico, pero elegante y ponderado. El uso de la grisalla, con toques de color, es magnífico, y acentúa la homogeneidad estilística del manuscrito. Aunque nos encontramos todavía en un mundo medieval, en el cual el paisaje carece de importancia y la representación de las figuras se desarrolla en un espacio prácticamente plano, la poderosa personalidad del artista abre nuevas sendas que, con el tiempo, recorrerán los iluminadores de la escuela de Tours, con Jean Fouquet a la cabeza.
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